

Pero una vez definido este segmento turístico creo importante realizar una serie de distinciones sobre otras actividades turísticas –igualmente denominadas turismo religioso que, en mi opinión, no lo son realmente.
En primer lugar habría que distinguirlo del turismo cultural-religioso, en el que enmarco las visitas y contemplación del patrimonio material de las religiones: catedrales, monasterios, conventos, museos de arte sacro, iglesias…, o incluso del disfrute del patrimonio inmaterial de las religiones: conciertos de música sacra –gregoriano u otras- o en lugares sagrados).
También habría que diferenciarlo del turismo ecológico-espiritual, es decir de los viajes a lugares de especial significación religiosa para el disfrute de sus valores naturales (caminos, ambientes, paisajes…), pues suele haber una gran coincidencia física entre la belleza del lugar y el carácter más o menos sagrado del mismo. Esto no quita que pueda producirse en los turistas una profunda conmoción espiritual, pero si no va ligada a las creencias religiosas queda fuera de nuestro concepto.
Por último también hay que diferenciar el turismo religioso del turismo del espectáculo religioso como es la asistencia a manifestaciones de religiosidad popular ligadas a festividades o celebraciones religiosas, procesionismo semanasantero y de los patronos, romerías… Fiestas o celebraciones que suelen atraer a muchos turistas, en las que la población autóctona es espectadora y protagonista al mismo tiempo, y donde puede ocurrir que mientras unos están experimentando una vivencia religiosa profunda otros son meros espectadores de la misma, y donde incluso se produce el cambio de los roles entre unos y otros a las pocas horas.
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